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miércoles, 13 de abril de 2022

 

Charles Darwin: La teoría de la evolución y su influencia en la psicología
Teoría - Fundamentos


  • Jairo A. Rozo Castillo
    Universidad de Sevilla
    Sevilla, España

RESUMEN

  • Se presenta una descripción biográfica de Darwin, su primera etapa de trabajo como naturalista del Beagle durante 5 años, y su segunda etapa en la casa de campo de Down investigando todas las muestras recogidas, hasta la creación de su teoría. Luego se describen los pasos que Darwin siguió para desarrollar la teoría de la evolución y cómo su camino intelectual se cruzó con el Wallace, que llegó a las mismas conclusiones de forma independiente. Finalmente, se analizan la influencia e importancia de la teoría de la evolución para la psicología.



Charles Darwin nació en 1809 y murió en 1882. Por todos es conocido como el padre de la teoría de la evolución, la cual revolucionó el conocimiento del hombre y plantó el germen de la nueva ciencia del siglo XX.

Reconocido en su época como el “sabio de Down” o con el irónico “santo de la ciencia”, Darwin fue, sin lugar a dudas, un hombre muy particular. Un hombre que escribió 17 libros científicos y 155 artículos (Milner, 1995) en una obra que reunida equivale a 10.000 páginas impresas, producidas a pesar de su misteriosa enfermedad, que le agobió durante más de cuarenta años y que supo mantener a raya el tiempo suficiente, como para alcanzar a ver la influencia de su teoría en el mundo.

Por un lado, la historia de su vida puede dividirse en dos importantes períodos. El primero tiene que ver con la expedición que duró cinco años a bordo del Beagle. El predestinado médico, por seguir la herencia de su abuelo y su padre, abandonó tal profesión para convertirse en clérigo, pero antes de iniciar tal vocación le fue ofrecida la oportunidad de su vida para un joven apasionado por la observación y la naturaleza: viajar para descubrir y estudiar la naturaleza. Era un naturalista nato, en una época en que no existían como tal. El 27 de diciembre de 1831 emprendió como naturalista el viaje de cinco años a bordo del HMS Beagle al mando del capitán Robert FitzRoy, con tan sólo 24 años (sólo tres años mayor que Darwin). Juntos exploraron Suramérica, Australia, Tahití y Sudáfrica.

Cabalgó al lado de los gauchos argentinos; sobrevivió a mares encrespados, tormentas y terremotos; atravesó selvas bullentes de aves y plantas exóticas. Gracias a ello, observó y coleccionó miles de especímenes de plantas y animales, extrajo de los acantilados esqueletos fósiles de perezosos gigantes y descubrió los secretos de las islas y arrecifes de coral. Para otro apasionado explorador todo ello podría haberse convertido en el diario de una serie de experiencias increíbles y llamativas, pero inconexas; para Darwin no era así, pues su mente buscaba de forma fundamental encontrar regularidades y conexiones subyacentes.

Según Darwin, el mero coleccionismo de muestras era un vicio de la “horda de naturalistas sin alma”, pero él disfrutaba de una curiosidad ampliada que le llevó a pertenecer a las filas de los naturalistas filosóficos que combinaban la observación con la búsqueda de explicaciones generales o leyes de la naturaleza. Gracias a ello, después de su regreso y tras años de investigación cayó en la cuenta de que la clave estaba en la historia compartida por las formas vivas que se adaptaban a un territorio cambiante. Un rompecabezas fascinante que tardó años en ordenar.

Esta primera etapa de explorador, navegante y viajero finalizó en 1836, después de cinco años tras los cuales se afianzó el carácter del joven Darwin y se convenció de su real vocación. A sus 27 años, Darwin había reunido más recuerdos, impresiones y datos científicos brutos que los acumulados por la mayoría de las personas en toda una vida. De su viaje trajo toneladas de muestras, miles de especímenes de rocas, fósiles, aves, mamíferos, plantas y peces que ocuparía a los naturalistas del Museo Británico durante varios años. Trajo consigo muchos cuadernos de anotaciones, hipótesis, ideas y preguntas, pero también una extraña enfermedad que le abatiría el resto de su vida.

El origen de su extraña dolencia es un misterio. Algunos autores consideran que era una forma sub-aguda del “mal de Chagas” y otros que su enfermedad era de origen psicosomático; el caso es que, por el resto de su vida, soportó una debilidad cotidiana, acompañada de vómitos y fatiga crónica, que le impedía trabajar por más de tres horas diarias en su investigación (Milner, 1995).

Charles Darwin: Construyendo una teoría

En 1839, y tras haber escrito su primer artículo, Darwin se casó con su prima carnal Emma Wedgwood, cuyas creencias religiosas tradicionales eran opuestas a las heterodoxas ideas científicas de su marido. Pocos años después (1842) y luego de trabajar para el Museo Británico en Londres, la pareja compró una casa de campo y decidió trasladarse allí. En el pueblo de Down, del condado de Kent, a 25 km de Londres, se gestó la segunda etapa del trabajo de Darwin: construir una teoría científica a partir de todos los datos recopilados y realizar los experimentos necesarios que le permitieran contrastar sus hipótesis.

“Me hallo ahora establecido en el lugar donde quiero vivir hasta el final de mi vida”, dijo Darwin sobre su casa de campo en Down (Milner, 1995). Allí vivió como un noble rural, tuvo 10 hijos (de los cuales sobrevivieron siete) y se dedicó al proyecto de su vida. En Down vivió con su familia cuarenta años en una casa antigua y espaciosa, con jardines, campos y un retazo de bosque, un invernadero, una pista de tenis y 15 empleados.

Este hombre “semi-inválido”, que evitaba la vida social, pasó sus días escribiendo, leyendo, paseando por sus terrenos, diseccionando percebes u orquídeas, hablando con criaderos locales de palomas y cerdos, comprobando experimentos botánicos en su invernadero u observando las actividades de sus abejas en el jardín. En aquel retiro letárgico e idílico que para un observador podría parecer monótono y aburrido, se gestó una de las teorías más revolucionarias hasta ahora, influyendo en la botánica, la paleontología, la fisiología, la taxonomía, la psicología comparada, la zoología, lo que ahora llamamos ecología, primatología, genética, paleoantropología, sociobiología y las ciencias de la vida. Un hombre famoso en el mundo entero como autor prolífico y popular que era naturalista, filósofo, botánico, geólogo, explorador y zoólogo, no tenía, sin embargo, formación en biología, nunca había pasado exámenes de doctorado, no aceptó estudiantes formales y le provocaba náuseas pensar en pronunciar una conferencia pública.

El primer objetivo de esta etapa consistió en describir y clasificar, a través de ocho años, a miles de percebes coleccionados y conservados por él. Su meta era describir, desarrollar y consolidar su juicio y credibilidad científica para tratar la cuestión de las especies, que al final le permitió entender la amplia variedad de los individuos. A esto, Darwin añadió observaciones como la producción de variedades domésticas de caballos, cerdos y palomas criados por “selección artificial” en la apacible campiña de Kent.

Luego se sumaron otros experimentos: sobre los movimientos de las plantas, los hábitos de las lombrices de tierra, las relaciones de insectos polinizadores con las flores, la digestión de las plantas carnívoras, la fecundación cruzada de las variedades vegetales, la germinación de las semillas, etc. Para comprobar si ciertas plantas podían haber llegado a islas distantes, mantuvo durante meses semillas en barriles de salmuera y luego las plantó para ver cuál podría sobrevivir a una larga inmersión en agua salada. Midió la actividad de las lombrices de tierra en su jardín, calibrando el ritmo al que se hundía en la turba una pesada piedra. Comprobó las reacciones de una planta rocío del sol ante cientos de sustancias, incluidas moscas muertas, veneno de cobra, papel, atropina, nicotina y cabellos humanos.

A pesar de haber escrito un primer esbozo de su teoría en 1842 y de haberla expuesto en una carta al botánico británico Sir Joseph Hooker en 1844, el “gran libro” sobre la evolución por selección natural siguió sin salir a la luz hasta 1859, cuando publicó El origen de las especies. A éste le siguieron otros que abordaron las implicaciones de su teoría para el origen humano, como El origen del hombre (1871), La expresión de las emociones en los animales y el hombre (1872), o la coevolución de insectos y plantas en Orquídeas (1862), la cría doméstica en la obra La variación en plantas y animales en condiciones de domesticación (1868), la botánica y la fisiología vegetal en Movimiento de las plantas trepadoras (1865) o Plantas insectívoras (1875), entre otros.[sociallocker]

Los científicos amigos de Darwin hablaban de su intensa honradez, de la “centralidad” de su carácter, que nunca le permitió saltarse etapas en su obra. Disciplinó su vivaz imaginación comprobando sus ideas en miles de cuidados experimentos. Buscó compulsivamente la bibliografía científica para hechos que no encajaban en sus teorías o las contradecían. En El origen de las especies da la impresión de haberse visto forzado a llegar a sus conclusiones a pesar de todas las objeciones posibles que él mismo aduce antes de que puedan hacerlo sus lectores o críticos.

Cuando Darwin murió, en 1882, a causa de una enfermedad cardiaca, su gran amigo y defensor, Thomas Henry Huxley dijo de él: “Entregó a la humanidad una doctrina que trastocó el pensamiento, provocando la menor inquietud posible en los sentimientos profundamente enraizados de su época”. Luego escribió Huxley: “Nadie ha luchado mejor y nadie ha sido más afortunado que Charles Darwin. Encontró una gran verdad que fue pisoteada e injuriada por los intolerantes y ridiculizada por todo el mundo; pero vivió el tiempo suficiente para verla firmemente asentada en la ciencia, sobre todo por sus esfuerzos personales, e inseparablemente incorporada a las ideas comunes del ser humano… ¿Qué puede un hombre desear más que esto?” (Milner, 1995).

Charles Darwin y Alfred Wallace: Dos caminos para un mismo resultado

Cuando Darwin empezó a tener una imagen más clara del rompecabezas que implicaba el germen de su teoría de la selección natural. Era el año 1842, ya había comentado sus resultados -inspirados en el trabajo de la selección artificial llevados a cabo en Down House- a importantes personas como el botánico Joseph Hooker, su mentor en geología, Charles Lyell y el botánico norteamericano Asa Gray. Aunque no se atrevió a publicar nada en años, Darwin hizo campaña tras bambalinas para convencer a científicos influyentes de la existencia de nuevos caminos para el conocimiento desde una perspectiva evolucionista.

Pero mientras Darwin desarrollaba su teoría cuidándose de todos los detalles, el joven Alfred Russell Wallace había publicado su artículo Sobre la ley que ha regulado la aparición de especies nuevas, en 1855. Esto hizo que el Lyell advirtiera a Darwin que debía publicar sus conclusiones lo más pronto posible o correr el riesgo de perder la oportunidad de ser el primero en presentar su teoría. Sin embargo, a pesar de las advertencias, Darwin siguió trabajando con su mismo paso cauteloso.

Wallace, después de un viaje a Indonesia, había formulado una teoría idéntica de la evolución por selección natural y, sin tardanza, puso su descubrimiento por escrito: Sobre la tendencia de las especies a desviarse indefinidamente del tipo original (1858). Inmediatamente, Wallace envió su escrito a la única persona que, según él, podía apreciar su trabajo: Charles Darwin. Wallace pensaba que si Darwin lo consideraba válido podría pasarlo a sir Charles Lyell para su publicación. ¡Wallace ignoraba por completo que Darwin estuviera trabajando en una teoría similar!

Darwin fue presa del pánico al recibir el escrito de Wallace (Milner, 1995). “Sus avisos de que alguien se me adelantaría se han hecho realidad con creces”, escribió a Lyell, incluso los encabezamientos del artículo de Wallace “podían valer como títulos de mis capítulos…, nunca había visto una coincidencia tan notable”. Ante la encrucijada en que se hallaba, solicitó ayuda a sus amigos, Lyell y Hooker. Sabía que podrían acusarle de plagio a Wallace y Darwin quemaría su propio libro hasta reducirlo a cenizas si alguien creyese que había actuado con bajeza. Y el primero en no reaccionar de tal forma fue el mismo Wallace, un joven de generosa y noble disposición, como diría Darwin (Milner, 1995).

La teoría fue atribuida conjuntamente a Wallace y Darwin y se presentó en la Linnean Society, en 1858. Desde entonces sus nombres se entrelazaron para hablar sobre una teoría a la que habían llegado de forma independiente. Darwin y Wallace no sólo estuvieron juntos en el papel, también y después de los años, Darwin se convirtió en uno de sus más firmes aliados e incluso le consiguió una pensión del Gobierno.

Darwin y Wallace habían dado cuerpo a una teoría que sostenía que había un cambio específico en poblaciones y especies a través del tiempo, y que el motor de dicho cambio se debía a la selección natural sobre las variaciones genéticamente establecidas. Las especies habían evolucionado con el paso del tiempo y todas las cosas vivas estaban vinculadas por un origen común, no provenían de creaciones distintas o independientes. Gracias a la superproducción de individuos nuevos (descendientes) y a la gran variabilidad que se daba entre ellos, las diversas situaciones ambientales podían actuar como filtro selectivo de las especies, de manera que sobrevivieran o se reprodujeran los individuos con cualquier ligera ventaja sobre sus compañeros.

La teoría de Darwin y Wallace no se sustentaba sobre la teleología. Nada más equivocado que la imagen de que existe una finalidad en la evolución y un fin predeterminado (por fuerzas superiores) a la misma. Su teoría trataba las cosas vivas como fenómenos naturales, configurados por causas naturales susceptibles de demostración mediante investigación experimental y observaciones sistemáticas de campo.

Pero, ¿qué implicaciones tendría la teoría de la evolución para la psicología y sus posibilidades como naciente ciencia a finales del siglo XIX y principios del siglo XX? ¿Por qué es importante para la psicología experimental, básica o aplicada?

La herencia de Charles Darwin para la psicología

Existían dos formas de concebir la evolución de las especies, por un lado estaba la visión popular y errónea de la “escalera de la vida”, también conocida como la “gran cadena del ser”, que hablaba de un ordenamiento unitario, continuo y graduado de una especie a otra, bien representado por el conocido dibujo de un simio que va evolucionando poco a poco hasta convertirse en un humano, a medida que camina.

Paralelo a ella, y como alternativa, está la visión del “árbol de la evolución”, propia de las investigaciones de Darwin. Ésta es una visión histórica y no jerárquica, basada no en el sentido común sino en la paleontología y la morfología comparada que nos permite ver la semejanza entre especies que comparten ancestros comunes y que se ordenan en una serie de ramificaciones constituyendo el árbol evolutivo.

La obra de Darwin fue determinante para la ciencia, en general, y para la psicología, en particular. Por ejemplo, la perspectiva de la psicología comparada surge desde Darwin y, como su nombre lo indica, se basa en comparar los comportamientos de las diversas especies no humanas entre sí, así como a los humanos con otras especies.

Sin embargo, como siempre, había diferentes posturas ante el desarrollo que la ciencia podría hacer, partiendo de la visión evolutiva darwiniana. Por un lado, estaban aquellos investigadores que utilizaban una metodología observacional del comportamiento animal en su hábitat natural, como era la etología. Por otro lado, estaban aquellos investigadores que utilizaban el método experimental y el trabajo en laboratorio, la psicología comparada que se centraba en las capacidades cognitivas que podían desarrollar los animales.

Dentro de ellos estaban los generalistas, que trataban de encontrar los mecanismos generales que trascendían las diversas especies y los mecanismos básicos que podrían dar luces sobre los procesos cognitivos en humanos. Pero también estaban los adaptacionistas, que estudiaban los mecanismos especializados de una especie para adaptarse al medio, siendo más importante para ellos estudiar la especie con sus características particulares, que estudiar las diferentes especies y compararlas entre sí.

Todas estas investigaciones estaban basadas en dos grandes suposiciones: una basada en el programa antropocéntrico y otra basada en el programa ecológico. El investigador, basado en el programa antropocéntrico, estudiaba el comportamiento de otras especies con el fin de entender el comportamiento humano, por lo tanto, lo que le interesaba era el estudio de mecanismos comunes, ya que estaba basado en el principio de la continuidad entre especies. Por otro lado, si el investigador partía de una visión ecológica, investigaba, por ejemplo, el impacto de la evolución en la cognición animal sin necesidad de compararlo con los mecanismos humanos ni con el fin de tratar de explicar estos últimos. En la actualidad, lo que prima es el desarrollo de un marco teórico general, teniendo en cuenta las particularidades de la especie.

Obviando una u otra influencia en los modelos de desarrollo de la psicología, el sustento teórico que ofreció la teoría de la evolución de Darwin permitió afrontar el estudio de numerosos temas y con metodologías que antes no se hubieran aceptado. Al entender que existía una continuidad y correlación a través de las especies, el hombre caía de su pedestal, pero permitía trabajar sobre el animal, ya fuera para comprender su comportamiento por sí mismo o como medio para entender principios básicos del comportamiento humano.

Partiendo de la suposición del programa antropocéntrico, muchas de nuestras más complejas conductas podrían mapearse a nivel conductual y neurológico en el comportamiento de animales más simples. Gracias a ello, se han podido desarrollar importantes investigaciones para la psicología como ciencia. Como ejemplos podemos tener las investigaciones durante más de 30 años de Kandel con el molusco Aplasia (con un sistema nervioso gigante), investigaciones que le permitieron desenmascarar los principios biológicos del aprendizaje pre-asociativo, del aprendizaje asociativo y de la memoria. Gracias a ellas se ha colaborado en el desarrollo de fármacos que mitiguen la pérdida de memoria en humanos.

La ya clásica investigación de modelos animales que tratan de explicar comportamientos complejos como las fobias, neurosis, esquizofrenia o depresión son otro desarrollo que se desprendió del trabajo de Darwin. Recordemos el modelo animal de laboratorio de la depresión desarrollado por Seligman en los años 70, conocido como indefensión aprendida. Más allá de las limitaciones que muchos de estos modelos han demostrado para la explicación de la psicopatología, está el hecho de que han abierto líneas de trabajo e investigación fructíferas que aún hoy se siguen desarrollando. También están las investigaciones desarrolladas gracias a los principios del aprendizaje animal (refuerzo/castigo) que luego fueron aplicadas a la terapia (la terapia de desensibilización sistemática, la terapia conductual), a la educación y la escuela e incluso al ámbito laboral.

Otro ejemplo podría estar conformado por las investigaciones de Whiten y Byrne en la década de los noventa, donde postulan la teoría de la “inteligencia maquiavélica”, refiriéndose a la capacidad que tienen los primates de dominar formas cada vez más refinadas de manipulación y fraude en el medio social y que se manifiesta en el uso de estrategias de disimulo, mentira y engaño tácticos, convirtiéndose en los antecedentes en especies no humanas de la mentira, por no hablar de los antecedentes de características culturales que hasta ahora considerábamos exclusivas de los humanos.

Sin lugar a dudas, todavía estamos lejos del desarrollo de modelos explicativos completos para muchos fenómenos, tanto en humanos como en especies no humanas, sin embargo, el impulso a la investigación científica en psicología debe mucho al sustento teórico que le ofreció la teoría de la evolución y el infatigable trabajo que durante décadas desarrolló Darwin en su casa de campo de Down.

Referencias

Milner, R. (1995). Diccionario de la evolución. La Humanidad a la búsqueda de sus orígenes. Barcelona: Bibliograf S. A.[/sociallocker]

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