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miércoles, 25 de noviembre de 2020

Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma

 Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma

 
10 septiembre, 2019
Este artículo ha sido escrito y verificado por el psicólogo Rafa Aragón

 

Los cambios más significativos comienzan a producirse cuando aceptamos las cosas tal y como son; tanto la aceptación de lo que nos viene dado por la vida, como la aceptación de nosotros mismos.

En nuestras vidas cambiantes se producen muchas situaciones en las que no nos queda más remedio que aceptar las cosas tal y como nos vienen dadas, ¿Qué pasa cuando nos negamos a aceptar las cosas tal y como son?

Cuando nos resistimos a los cambios, a lo que ya no forma parte de nuestro control, que no podemos hacer nada para evitarlo porque es algo que ya ha sucedido o está sucediendo. El negarlo solo hace que caigamos en el sufrimiento.

Las circunstancias más claras donde la aceptación juega un papel fundamental son la muerte, el amor y el desamor.

¿Cómo negar la muerte, cómo negar un enamoramiento, cómo negar un desamor? – Pues sí, nos empeñamos en negar estas realidades que nada podemos hacer si se producen.

No se trata de situaciones buenas o malas, se trata de realidades que son propias del ser humano, forman parte de nuestras vidas; produzcan alegría o tristeza, la emoción y su intensidad nos indica lo significativa que es esa experiencia para nosotros.

“Si no tienes fuerza para imponer tus propias condiciones a la vida, debes aceptar las que ella te ofrece”.

-S. Eliot-

Mujer pensando en el pasado

Nuestra tendencia hacia lo que escapa de nuestro control, es intentar darle una respuesta, conseguir una explicación que nos alivie. Necesitamos entender todo aquello que ocurre en nuestras vidas.

Nos olvidamos que todo lo que intentamos comprender, va a ser el resultado de nuestras interpretaciones y experiencia, de explicaciones a las que queramos darle un sentido para finalmente convencernos y hacernos creer que esa es nuestra realidad.

“Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender”.

-José Ortega y Gasset-

Nos perdemos en la razón, en las palabras, cuando toda verdad, toda realidad está dentro de nosotros; está en lo que sentimos, está en la emoción que experimentamos. Ir hacia ese sentimiento que nuestro propio cuerpo se encarga de mostrarnos es aceptar la realidad de lo que nos ocurre.

La tendencia de ir hacia el razonamiento para explicar ciertas cuestiones como son las que tengan relación con el amor; son impedimentos y barreras que nos ponemos a nosotros mismos para no aceptar la realidad.

“El entendimiento es una tabla lisa en la cual nada hay escrito”.

-Aristóteles-

¿Qué sucede cuando no aceptamos lo que nos ocurre?

Cuando enterramos esos sentimientos a los que no queremos atender, por no quedarnos sumidos en la tristeza, o tener miedo a que nos atrapen y nos hagan demasiado daño; un daño que creemos no ser capaces de sostener y de afrontar; estamos negando nuestra vivencia, nuestra existencia.

Estamos enterrando nuestra esencia, dejamos atascadas muchas de las emociones que necesitan ser liberadas, necesitan ser vividas y experimentadas.

Cuando hacemos esto nos estamos olvidando de una parte esencial de nuestra humanidad, no aceptando nuestras vulnerabilidades, creyendo que estamos por encima de ellas.

El cuerpo se encarga de darnos las señales pertinentes en forma de alerta para que en algún momento decidamos sacar todo aquello que tenemos estancado (rabia, tristeza, enfado, irá, etc.), al no hacerlo nuestra energía a su vez se queda estancada y como resultado aparece la enfermedad y la desconexión con nosotros mismos y nuestra felicidad.

Hombre preocupado por su adicción

Aprendiendo a aceptar

El desarrollo personal y el aprendizaje se produce cuando estamos dispuestos a aceptar nuestros sentimientos y emociones tal y como aparecen, sin pasarlos por el filtro de la razón de forma que los modifique, los reprima y los apague.

Podemos tener en cuenta que la razón va a necesitar ofrecer una explicación a lo que está sucediendo, pero al quedarnos ahí anclados estamos desviando la atención hacia lo que experimentamos.

El verdadero aprendizaje ocurre cuando estamos dispuestos a aceptar, dejándonos sentir cada una de las emociones que brotan ante cada una de las circunstancias por las que pasamos.

Es así como nos transformamos siguiendo el flujo de la vida. Puesto que todo aquello que negamos y no estamos dispuestos a aceptar nos someterá a la desvinculación con nosotros mismos, con todo lo que ello implica.

Cuando aceptamos hechos inevitables en nuestras vidas podemos sentir la tristeza con gran intensidad, pero el sentirla es precisamente lo que nos libera de ella, para seguir avanzando y dar lugar a nuevas emociones, vivencias y experiencias.

En el momento que comenzamos a aceptar lo que  nos ocurre, comenzamos a aceptarnos a nosotros mismos. Estamos preparados así para perdonar y perdonarnos, para seguir fluyendo hacia nuevas experiencias, dejando brotar la energía, dejándonos sentir vivos.

“La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón”.

-Leon Tolstoi-

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Neurosis y psicosis: definición según el Dizionario Internazionale di Psicoterapia

 Neurosis y psicosis:Neurosis y psicosis: definición según el Dizionario Internazionale di Psicoterapia

  • Neurosis

Término acuñado por W. Cullen en 1769 para describir un trastorno psíquico causado por una afección general del sistema nervioso. Este comprendía la neurastenia (falta de energía) y, en la acepción popular, el agotamiento nervioso.

En los inicios del 1900, con la llegada del psicoanálisis, el término pasa a indicar una patología de tipo psicológico que se forma a causa de una eliminación inconsciente de los instintos y de la falta de superación de la fase edípica infantil, con una gestión disfuncional de sus inmediatas consecuencias.

Según la teoría freudiana, en la base de cada neurosis hay un conflicto no resuelto en la esfera sexual, sin embargo, las neurosis se encuadran desde diversos puntos de vista y son tratadas diferentemente según la lectura psicológica de pertenencia y del modelo psicoterapéutico de referencia.

Se pueden subdividir principalmente en neurosis fóbica, neurosis histérica, neurosis obsesiva y neurosis de ansiedad.

La neurosis se distingue de la psicosis a través de la prueba de realidad, es decir, por la capacidad de analizar la realidad de acuerdo con las creencias y las interpretaciones del ambiente social al que se pertenece.

La neurosis tiene más de una única correspondencia en el plano clínico y las subcategorías dependen de la naturaleza de los síntomas. En la más reciente clasificación psiquiátrica del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el término se ha eliminado y los trastornos considerados anteriormente como neuróticos ahora se han redefinido y sustituido por otra serie de cuadros clínicos.

Las viejas categorías de las neurosis han sido así redistribuidas entre nuevas y más precisas categorías diagnósticas.

El término, ya obsoleto, se mantiene aun en uso hoy en el lenguaje común para indicar a un individuo afectado por un comportamiento extravagante.

  • Psicosis

Término introducido en 1845 por E. von Feuchterslben con el significado de enfermedad mental o locura. A lo largo del tiempo el término ha recibido definiciones diversas. Ninguna de ellas ha obtenido aún un consenso universal.

En general, indica una grave alteración del equilibrio psíquico del individuo, con compromiso de la prueba de realidad. Es decir, de la capacidad de analizar la realidad de acuerdo con las creencias y las interpretaciones del ambiente social al que se pertenece.

También la psicosis, como la neurosis, es incuadrable desde diversos puntos de vista y se trata diferente según la lectura psicológica de pertenencia y del modelo psicoterapéutico de referencia.

Los malestares psicóticos se caracterizan por trastornos de forma del pensamiento (como la alteración del flujo de ideas hasta la fuga de ideas y de los nexos asociativos) y de contenido del pensamiento (ideaciones delirantes y trastornos sensitivo-perceptivos, como alucinaciones auditivas, visuales, olfativas, táctiles y gustativas).

No se han identificado aún con claridad las causas que generan este tipo de trastorno. Pero está muy difundida la hipótesis de la concurrencia de factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales.




















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Sobre la Concepción de Sujeto en Freud y Lacán - PePSIC

 Sobre la Concepción de Sujeto en Freud y Lacán

Adriane de Freitas Barroso28

Facultad Presidente António Carlos (Barbacena, MG), Brasil

Neurosis y psicosis:

RESUMEN

El presente artículo tiene como objetivo sustentar la hipótesis de que la noción de sujeto en el psicoanálisis se remonta a la teoría freudiana, aunque en ella, carezca de una definición formal, sugiriéndose solamente en las entrelíneas de los textos de Freud, contraponiéndose a la noción de cogito cartesiano y a la supremacía del yo. Es en Lacán, más tarde, que esa falta gana estatus de concepto, pieza central de la obra lacaniana y de que lo que el autor nombra como "regreso a Freud", cediendo espacio, a la finalidad de la enseñanza lacaniana, al concepto de falasser o tener un cuerpo en el momento en que la concepción de gozo adquiere importancia central en las elaboraciones de Lacán.

Palabras clave: Sujeto, inconsciente, Yo, pulsión, gozo.


ABSTRACT

The article aims to prove the hypothesis that the notion of ego in psychoanalysis goes back to the Freudian theory, even if it lacks its formal definition, being very subtle in between the lines of Freud's texts, in opposition to de Descarte's cogito and the supremacy of the ego. It's in Lacan that this nuance gains status of concept being the central piece of Lacanian work, that he names "return to Freud", until the concept of parletre takes place.

Keywords: subject, Trieb, Ego, Unconscious.

Sobre la Concepción de Sujeto en Freud y Lacán

"[…] Parece haber consenso de que la propiedad de Freud no es el sujeto. Lo que es propiedad de Freud es el inconsciente. Y, ahí, la primera conclusión que se impone es que en cuanto al inconsciente es freudiano, el sujeto es lacaniano" (Cabas, 2009, p.29).

El concepto de sujeto ganó, a lo largo de la teoría psicoanalítica, estatus de discusión central, al punto de que necesitamos de cierto esfuerzo para recordar que éste no siempre existió de manera formal en ese campo del saber. Freud no construyó tal concepto; en sus alusiones al término acostumbraba asociarlo a la noción corriente de autor de la acción, de participante activo. Sin embargo, es posible afirmar que la referencia, a lo que Lacán más tarde denominó sujeto, es su aporte para el avance del psicoanálisis y reside en las entrelíneas de textos freudianos desde sus inicios.

Ya en el "Proyecto para una psicología científica" (Freud, 1895/1996), se hace evidente el esfuerzo de Freud para definir el aparato psíquico buscando comprender su existencia, su actividad y sus diferenciaciones internas. Constátense los intentos de explicar algo que ultrapasase a la noción de individuo centrado en la razón y tocase la construcción subjetiva, a partir del descentramiento traído por el descubrimiento del inconsciente.

Si Freud no se ocupó de la tarea de buscar una "epistemología propia" (Cabas, 2009, p.5) sobre la cuestión, podemos suponer que esa laguna se da, entre otros motivos, por su formación médica, que lo lleva a usar, en sus textos, términos como "individuo", "sujeto" y "organismo" de manera como los definía la tradición científica, epistemología propia de la época. El sujeto, aquí, aún era el del cogito cartesiano, marcado por la noción de unidad e indivisibilidad, teniendo la razón como centro de su funcionamiento y de su existencia.

Una de las grandes contribuciones freudianas sistematizadas como concepto, a pesar de todo, fue el circuito energético que apoya el trabajo del aparato psíquico, aspecto que introduce en el campo analítico la dimensión de la causa. Tratase de la pulsión.

"(…) concepto situado en la frontera entre lo mental y lo somático, como el representante psíquico de los estímulos que se originan dentro del organismos y en lacan a la mente, como una medida de la exigencia hecha a la mente en el sentido de trabajar en consecuencia de su relación con el cuerpo" (Freud, 1915/1996, p.127)

La pulsión, es un concepto que forma parte de la metapsicología freudiana, compuesta por constructos que sólo se manifiestan y son observables a partir de sus fines, de sus efectos. Se define como un estímulo que desestabiliza la tendencia a la inercia presente en la vida psíquica, ejerciendo la función de un "vacío" que exige que un acto sea realizado para suprimir el desequilibrio tensional provocado por ella. Opera como fuerza constante proveniente del interior del organismo, volviendo inútil la huida motora, como se hace posible en el arco reflejo. Ese "vacío" está situado en el cuerpo erógeno, que trasciende a la mera anatomía y se establece como una fuente de la pulsión, produciendo circulación ininterrumpida en el aparato psíquico. Luego, aunque se muestre absolutamente impalpable y ajena a una representación concreta, la pulsión puede ser pensada como la idea más próxima de un sustentáculo material del lugar del sujeto en la experiencia freudiana (García-Roza, 2001).

El circuito pulsional traza un movimiento pendular: del yo, su fuente primordial, va en dirección al objeto, orientado nuevamente al yo, de forma sucesiva, organizada para impedir el pasaje de cualquier cantidad de energía que surja acompañada de dolor. En la reorientación tendría justamente la función de evitar el displacer: en él, el concepto que no puede acceder a la conciencia sin causar sufrimiento llamaría a una imagen acústica alternativa, distinta de la original, garantizando entonces su acceso. La cura, en la clínica psicoanalítica, estaría asociada a la unión del concepto con la imagen acústica verdadera; en ese momento de la teoría, Freud cree en la posibilidad de la palabra plena, en la armonía entre el significante y significado como interrelacionados de forma fija y estable.

En el año siguiente, en su Carta 52, dirigida a Fliess, Freud (1896/1996) aclara lo que ya había esbozado en el texto La Afasia (Freud 1891/1987) al respecto del mecanismo del aparato psíquico. Éste funcionaría a partir de rearreglos sucesivos de trazos de memoria en diferentes registros, de acuerdo con el tipo de neurona -lo que hace evidente la conexión inicial de las ideas freudianas con la biología-. Diversas capas superpuestas contendrían vestigios de memoria dejados como surcos en el aparato psíquico. Como menciona Lima (2010), para pasar de un elemento a otro, la excitación tendría que vencer una resistencia, abriendo un camino para facilitarlo.

La primera de las capas del aparato psíquico, W (percepciones), estaría relacionada a la consciencia y no guardaría trozos de memoria, una vez que memoria y percepción se excluirían mutuamente. Solamente en Wz (indicación de percepción) habría el primer registro de la percepción, en cuanto a la capa siguiente, Ub (inconsciente), se encargaría de los registros de conceptos. La capa Vb (preconsciente) sería la tercera transcripción, de palabras. Para Lima (2010), es justamente en esa tercera etapa que se borra "la cosa" (de las Ding) para advertir algo de lo que, más tarde, Lacán va a definir como el trozo unitario (Lacán, 1961-1962), significante que fundamenta el sujeto. Finalmente, en Bews (conciencia), concepto y palabra pueden pasar a la consciencia, que surge en lugar de un trozo de memoria (Freud, 1896/1996). Como se ve, el órgano responsable de los estímulos sensoriales es la consciencia encontrándose en polos opuestos del aparato psíquico, separados por los sistemas de la memoria.

 

Entre el sujeto y el yo

La concepción de un aparato psíquico que comprende un inconsciente y modifica sucesivamente sus registros, altera de manera crucial la noción de yo como lugar de la verdad que imperaba hasta el surgimiento de la teoría freudiana, cobijada por la prevalencia de la concepción de cogito cartesiano, racional e indivisible. El cogito freudiano, al contrario, revela el yo como lugar de ocultamiento, demarcando que sujeto y yo son términos que no se recuperan. La cuestión del sujeto pasa claramente por un cambio radical a partir de la lógica psicoanalítica y de la concepción de yo (García-Roza, 2001). A lo largo de la teoría freudiana, retomamos informaciones de que el yo es una instancia que emana de la percepción y que tiene como rasgo esencial ser consciente.

Con todo, la mayor parte de la vida psíquica en Freud se muestra inconsciente, presentando el yo, tenido hasta entonces como la sede de la experiencia subjetiva, como siendo afectado de forma pasiva por esa "parte oscura" del aparato psíquico. Habría por lo tanto, dos principios: la percepción, en relación estrecha con el principio del placer/realidad, y la pulsión, relacionada a una satisfacción que se sitúa más allá de ese modo de funcionamiento, no restringiéndose a él.

Es en 1914, en Sobre el narcisismo, que Freud (1914/1996) da una definición más explícita al yo. Antes de su constitución en el ser humano, habría un momento inicial llamado de "auto-erotismo", marcado por el surgimiento de la pulsión a partir de una desviación del instinto. El movimiento pulsional, en ese momento, sería aún anárquico, una vez que no habría imagen unificada del cuerpo sobre la cual pudiese invertir de modo sistemático. El yo, en verdad, sería su constitución intrínsecamente ligada a la inversión libidinal de las pulsiones que coexisten en la fase auto-erótica y que entonces se unifican. Se tiene en ese segundo momento lo que Freud (1914/1996) denomina "narcisismo primario", estado precoz en que el niño invierte en sí y que prepara el terreno para el "narcisismo secundario", cuando la pulsión ya es orientada hacia los objetos, mas regresa sucesivamente al yo. Se anula aquí la oposición entre pulsiones del yo y objetal, una vez que las dos llegan a ser vistas como de la misma naturaleza, diferenciadas solo por el objeto de inversión en cada momento.

Como respuesta al narcisismo infantil, tenemos la formación del ideal, que establece exigencias más intensas al yo, surgiendo con ello la necesidad de remarcar cuando se percibe una diferencia entre el ideal y lo que el yo ofrece. La identificación con la fuente parental, modelo al que el individuo trata de conformar, converge con el narcisismo, resultando en lo que Freud denomina ideal del yo. Hay por lo tanto dos identificaciones. La primera, narcisista primaria, es pre-edípica, y la otra, narcisista secundaria, ya presupone la construcción de otro.

La construcción del yo, se concluye, ocurre paulatinamente ligada a la conciencia y al inconsciente. Sería la parte del inconsciente que se modificó por la proximidad e influencia del mundo externo, sirviendo como mediador lo que pone en confrontación el principio del placer y de la realidad. Otra instancia, por su parte, se constituiría como instancia autónoma y agente crítico: el súper yo, con función de auto observación, consciencia moral e ideal del yo (García-Roza, 2001).

El año de 1920 significa una transformación de rumbos en la elaboración psicoanalítica, a partir del momento en que Freud (1920/1996) postula la existencia de algo para más allá del principio del placer –y, por extensión, del principio de la realidad- hasta entonces tenidos como la lógica del funcionamiento exclusiva del aparato psíquico. Si es posible recalcar los representantes pulsionales que generan el displacer, no es posible, por otra parte, silenciarlos de manera definitiva. La compulsión a la repetición es lo que escapa al principio del placer, buscando la satisfacción pulsional a toda costa, imponiéndola como exigencia. Sería tarea del analista superar la resistencia y hacer emerger, en intervalos y encima del cuadro inercial impuesto por los ideales, el inconsciente, "recipientes donde las premisas del ideal no son más que letra muerta. Y es justamente allí, en esos recipientes, que florece el síntoma" (Cabas, 2009, p.45).

A partir de esa afirmación, podemos comenzar a inferir que "inconsciente" puede ser tomado como uno de los nombres de sujeto para Freud, aquello que aflora a la manifestación rápida de una idea o chispa, de manera lacunar, un acontecimiento puntual.

La concepción dualista de pulsiones sexuales y del yo, suspendida a partir del momento en que el yo pasa a ser confrontado como un blanco de investidura sexual, se transfiere entonces a la oposición ente pulsiones de vida y de muerte. Se puede pensar en una categoría de pulsión que tiende a la repetición, a la conservación, y otra que impulsa hacia la descarga, la producción. En ambos casos, el objetivo es la constancia, a partir de la satisfacción completa, intangible, "repetición de una experiencia primaria de satisfacción" (Freud, 1920/1996, p.52).

Por debajo de las resistencias, Freud dejaba entrever, en aquella época, la noción de deseo, uno de los puntos cruciales de su teoría. Es debido a la confrontación entre pulsión e ideal que el deseo trae un desorden entre el conjunto de representaciones de sí y el del mundo y la permeancia de esa identidad que la pulsión viene a traer. Una vez más, vemos de soslayo algo del sujeto cuando hablamos del carácter de fugacidad del deseo, su aparición repentina y siempre pasajera.

En 1933, en la Conferencia XXXI, Freud (1933/1996) profiere la frase "wo es war, soll ich werden), traducida comúnmente por "dónde estaba el id, o el ego debe sobrevivir". García-Roza (2001) se opone a esa versión por el hecho de que ésta no es ni siquiera la traducción literal de la frase en alemán escogida por Freud. La frase freudiana no trae impedimentos por cuestiones lingüísticas, más por una limitación conceptual, una vez que faltaban aún recursos para comprenderse la construcción del sujeto como tal. Después de avanzar en la construcción de ese concepto, Lacán (1959-1969/1988) va a decir que no era sustancial lo que el padre del psicoanálisis decía en aquel momento, pero sí de una exigencia del advenimiento de la verdad desconocida por el yo, que es comparable con el advenimiento del sujeto, atropellando la concepción cartesiana. Pensemos la traducción de la frase usada por Freud, entonces, como algo cercano al "así donde se estaba, allí como sujeto debo permanecer" (García-Roza, 2001).

 

Vicisitudes del sujeto en Lacán

Es en la obra lacaniana que la concepción del sujeto es tomada de las entrelineas de la teoría psicoanalítica y pasa, paulatinamente, al estatuto de concepto. Lacán comienza a trabajar en el psicoanálisis en un momento en que la teoría freudiana sufría una apropiación por los postfreudianos, centrados en la comprensión del yo y en un funcionamiento clínico que buscaba su fortalecimiento. Esa posición se opone al descubrimiento primario de Freud, el inconsciente. Fue buscando hacer frente a esa equivocación que Lacán formuló su teoría, dando nuevamente primacía al inconsciente y centrando la teoría freudiana en el sujeto (Cabas, 2009).

En Lacán, el yo es producido a partir de la imagen del otro, en lo que él nombraba "estadío del espejo" (Lacán, 1966/1998). La experiencia de fragmentación del cuerpo por las pulsiones es superada por la cristalización de una imagen unificante, que pasa a tener peso de referencia, trayendo una vivencia de júbilo frente al reconocimiento de la propia imagen, que sucede al reconocimiento recibido por el otro. Hay ahí un recubrimiento imaginario de lo real, y a cada momento que la experiencia especular con el semejante se repite, el yo se consolida.

Se establece consecuentemente, una matriz simbólica donde el yo se precipita, que, en Freud (1914/1996), fue nombrada como yo ideal. Se trata de una ficción irreductible, "armadura" que cristaliza el ideal, el primer momento del narcisismo. Más tarde, él será permeado por los semblantes sociales y sufrirá una limitación, constituyendo el ideal del yo, ya sometido a los efectos de la castración.

Aunque, en sus primeras enseñanzas, Lacán haya orientado su atención hacia lo imaginario y sus efectos, el avance gradual de la teoría hace necesario adelantar en esa concepción copiada en el "moi", en la identificación, que se muestra insuficiente para contener en sí la verdad del sujeto. Tiene lugar, entonces, la concepción de sujeto por la dirección de lo simbólico, marcado de manera inevitable por el lenguaje, alienado en lo significante. La castración instaura el sujeto segmentado, dividido, del lenguaje, del inconsciente, del deseo. Lo que Lacán llama "sujeto" es justamente ese enigma traído de la palabra barra, por la división que funda el inconsciente, que descentra el individuo y la razón (Lacán, 1973/1981). La primacía de lo simbólico en ese segundo momento de la enseñanza lacaniana es tan grande que de alguna manera impregna su teoría, obligando al autor nuevamente a revisarla más tarde.

Es en el Seminario, libro 20: más aún (Lacan, 1972/1992) que tiene lugar la pregunta del cuerpo en cuanto cuerpo de gozo, aspecto hasta entonces relegado a segundo plano, que se muestra, paulatinamente, fundamental para pensarse la cuestión del inconsciente. Se abre ahí el tercero y último momento de la enseñanza lacaniana, marcada por la noción de inconsciente real, que disminuye la propuesta del inconsciente estructurado como un lenguaje y permite hacerlo emerger en cuanto puro campo de gozo no-fálico, aunque sea lo simbólique que lo contenga y lo fuerza a existir. Se prepara el terreno para el surgimiento, pocos años más tarde, del concepto de "falasia" explicado en el Seminario 23 (Lacán, 1975/2007).

La nominación que viene del otro y con la cual cada uno se identifica, es el nombre de gozo, uniéndose al retoque original, S1, que es significante puro, surgiendo como un enjambre o conjunto que no hace cadena, destituido de cualquier significación (Lima, 2010). Extraído ese significante, trazo unitario, hace existir el conjunto de significantes del inconsciente, desdoblándose en los S1 disponibles, ropajes del S1 original de los cuales el análisis busca desidentificarnos, permitiéndonos escoger un significante en torno del cual la falta a ser irá a girar, saliendo del puro asentimiento (Lacán, 1973/1981).

El significado es siempre una operación a posteriori, de retroacción, permitiendo un desdoblamiento de los significados dados por el otro hasta entonces. En esa operación S1-S2, en ese deslizamiento de los significantes para producir significado, tenemos un sujeto que aparece en el intervalo, entre un significante y otro, un sujeto que, como ya vimos, al contrario de establecer una solidez, surge como un rayo. Se trata por lo tanto, de mucho más que una "experiencia del sujeto" de una materialización, una encarnación. Si el análisis promueve el descolocamiento significante-significado, podemos decir que lo que ella hace es alterar el lugar de ese sujeto que es efecto, haciendo vacilar identificaciones cristalizadas.

 

Conclusiones: sujeto como efecto

El descentramiento del yo como fuente de todos los actos humanos permite que hagamos la pregunta sobre el sujeto. Para Freud, sujeto no es un concepto construido explícitamente, mas algo que surge en las entrelíneas, se presenta como el nombre del deseo. Se muestra extraño y ajeno al yo porque inconsciente, oriundo de los imperativos de la pulsión. El es el que insiste, la repetición que se impone. Luego, el sujeto no existe por sí, mas puede surgir a partir del inconsciente (Cabas, 2009).

En Lacán, la noción de sujeto sufre una serie de transformaciones en la medida en que la teoría avanza. De la primacía de lo simbólico a la concepción de gozo que alcanza su punto más alto en el concepto de falasser o tener un cuerpo; queda claro, para el autor, que falta a esa construcción cualquier materialidad que haya sido inicialmente hipotetizada.

Se concluye por lo tanto, de forma simplificada y aún amplia de abordar el tema con la extensión y la intensidad que sus vicisitudes exigirían, que la construcción del concepto de sujeto, de Freud y Lacán, avanza sucesivamente, alcanzando el plano central de la teoría lacaniana, donde permanece hasta la construcción del concepto de falasser o tener un cuerpo que lo sucede. Sin embargo, el sujeto no deja nunca de ser encarado, desde el punto de vista teórico, solo por las orillas de forma indirecta, una vez que su existencia es del orden del afecto no de la sustancia.

Referencias

Cabas, A. G. (2009). O sujeito na psicanálise de Freud a Lacan: da questão do sujeito ao sujeito em questão. Rio de Janeiro: Jorge Zahar.         [ Links ]

Freud, S. (1891/1987). La afasia. Buenos Aires: Nueva Visión.         [ Links ]

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28 Doctorada en psicología (PUC-Minas), Maestra en Psicología (PUC-Minas), con formación en Psicoanálisis (IPSM-MG). Profesora de la Facultad Presidente António Carlos, Barbacena, MG. email: adrianebr@uol.com.br



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Del insight a la autocreación. Vicisitudes de la interpretación desde la modernidad a la posmodernidad.

 Del insight a la autocreación. Vicisitudes de la interpretación desde la modernidad a la posmodernidad. 

Jorge L. Ahumada 1 

La corporeidad de lo psíquico y la individuación están para Freud en el núcleo del advenimiento de nuestro ser personal. Así, en “El yo y el ello” (1923) afirma que el yo es primera y fundamentalmente un yo corporal, una diferenciación del ello a efectos de la percepción; esto es, de lo que se logre ir captando (y pensando) a punto de partida de lo observado. Que la inmediatez del vínculo de dependencia del lactante con su madre es base de las evoluciones psíquicas lo mostró René Spitz en sus estudios del hospitalismo (1945), donde la ruptura reiterada de la continuidad vincular por quienes cumplían las funciones maternas llevaba al daño psíquico irreparable cuando no a la muerte física. Hallazgos coincidentes, que detalla Goodall (1987), surgen de la indagación etológica. 

Partiendo de la corporeidad de lo psíquico, la individuación implicará un complejo proceso de diferenciación a través de la niñez y la adolescencia hasta la adultez y en todo caso abarca una parte del psiquismo, no la totalidad de nuestra vida emocional.  

1 Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro de Honor de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. Av. Las Heras 2063 5ºA, 1127 Buenos Aires, Argentina. E-mail: jahumada@elsitio.net Revista Uruguaya de Psicoanálisis 2003 ; 98 : 184 - 209 - 185 

La concretitud e indiferenciación de nuestras dependencias emocionales originarias, y la conflictiva ligada a las mismas, están activas en el quehacer relacional durante todo nuestro decurso vital. Para dar un ejemplo, la concretitud del dolor psíquico que acompaña a los procesos de duelo puestos en marcha por la emigración se dará aún -o sobre todo- cuando ésta ocurre en etapas tardías de la vida. Conviene acotar la vastedad del tema distinguiendo entre el posmodernismo como ideología filosófica y académica heredera del romanticismo generalizando a toda área el modelo del arte, y por el otro lado la posmodernidad como la época sociocultural - que Lyotard llama “La condición posmoderna” (1979)- donde la realidad cotidiana y la realidad política se pliegan al modelo mediático del espectáculo signado, dice un autor mayor de la izquierda norteamericana, Fredric Jameson (1981), por la infinitización del presente y la incapacidad de elaborar las experiencias personales ante el “olvido” del tiempo histórico. A esto se agrega la celebración: en la eclosión de lo novedoso, dice no sin ironía Milan Kundera (2001), sólo quien celebra ser (pos)moderno es auténticamente (pos)moderno, y la única (pos)modernidad digna de ser tal es la que se vive como antimoderna. 

La bibliografía dedicada al tema de la sociedad posmoderna llenaría bibliotecas: menciono como hitos “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley en 1932, la obra de McLuhan en la década del 50, el libro de Guy Debord “La Sociedad del Espectáculo” (1967), “La Era del Vacío” de Gilles Lipovetzky en 1982, la obra de Baudrillard sobre la hiperrealidad mediática y el éxtasis de la negación, y los aportes de Neil Postman (1992) sobre la cultura de la diversión en el ámbito del Tecnopolio. Entre nosotros, en El Asedio a la Modernidad (1991), Juan José Sebreli enfatizó el translado masivo al plano político de la concepción wagneriana de la “obra de arte total”: ya en la época del surgimiento del nazismo, señala Sebreli, Goebbels postulaba el predominio de la imagen fusionando la propaganda política y la estetización en la “obra de arte total”, al modo de un todo retórico englobando lo real. 

Poco después, en 1937, el historiador y filósofo del arte Roger Collingwood anotaba que bajo el impacto mediático la prevalencia social de la diversión bifurcaba la experiencia en una parte “real” y otra consistente en un “hacer creer” ilusorio, entrando en bancarrota la realidad cotidiana, con un cambio fundamental de nuestras experiencias personales. 

En el pasaje a la cosmovisión de la posmodernidad los procesos de evolución psíquica viran en la sociedad global y en el ámbito del psicoanálisis, donde el eje del tratamiento y la función de la interpretación rotan del insight a la autocreación, tema que abordé en otros trabajos (1992, 1994, 1995, 1997, 2001; Etchegoyen y Ahumada 2002; 2002a, b; 2003a, b; en prensa a, b). No se me escapa que abordar el tema del psicoanálisis en la posmodernidad es entrar en un campo minado presto a malentendidos, por la turbulencia emocional que habita la interfase entre las cosmovisiones moderna y posmoderna. 

En el contexto académico, la segunda mitad del siglo XX estuvo signada por el llamado “giro lingüístico” de la filosofía y las disciplinas del hombre, donde el orden del discurso se autonomiza siguiendo impulsos nucleares de la vertiente romántica. Tomaré como guía el eje que va desde el romanticismo a Nietzsche y a Foucault. El romanticismo como matriz del pasaje hacia el posmodernismo.

El romanticismo como matriz del pasaje hacia el posmodernismo 

Si siendo legión quienes comentan los temas del pasaje a la actual sociedad mediática sería abrumador intentar nombrarlos, no lo es menos mapear los hitos filosófico-literarios que desde la crisis de la razón y el surgimiento del romanticismo marcan el camino académico hacia el posmodernismo. El historiador de las ideas Isaiah Berlin (1960) ubica allí un punto de viraje, un cambio radical del marco conceptual donde los problemas previos se viven como remotos, obsoletos o ininteligibles, “restos de confusiones de un mundo ido” (1960, p. 168).

En el modelo romántico del arte, afirma, la creación parte de la nada, ex nihilo: el arte, convertido en la actividad autónoma fundamental del hombre, no es imitación ni representación sino expresión, mostrando la chispa divina de cada uno, sicut Deus. En tal clima de auto-engendramiento las rotundas palabras de Fichte, “Soy sólo mi propia creación” (Berlin 1960, p. 180) cobran pleno valor. 

Aunque la abrogación de las nociones de verdad y falsedad suele atribuírse a Nietzsche y su énfasis en la “muerte de las evidencias”, el tema es rastreable a las raíces del romanticismo expuestas por Schiller en 1789, sosteniendo que todo hecho o evento es una construcción arbitraria, y “cualquier construcción, cualquier selección, cualquier ‘estructura’ es tan válida como cualquier otra” (Kolakowski 1975 p. 242). La subjetividad del presente pasa así a engendrar el pasado: con la ventaja, sostiene el autor, de obviar la necesidad de aprender. 

Aún antes de Schiller, de Hölderlin y de Nietzsche, en la ancestral tradición germánica el peso salvífico del Dichter, señala el crítico literario George Steiner en “Una lectura contra Shakespeare”, no se transmite con facilidad a otras culturas: así, el término “poeta” tal cual se usa en inglés -o, agrego, en otras lenguas- no hace lugar adecuado a la dimensiones adánicas del término germano. 

El auténtico Dichter, sostiene con pasión Steiner, es excepcional. En sus términos: «La verdadera Dichtung da testimonio. ‘Conoce objetivamente’ en el sentido concreto en que la nominación de las formas vivientes del Edén por parte de Adán correspondía precisamente a la verdad. ... Como Adán, el Dichter nomina lo que es, y su nombrar define, encarna su verdadero ser» (1986, p. 121-122). Tal «conocer objetivo» de la Dichtung se distingue netamente del conocer cotidiano y del conocimiento científico. En el caso de Martin Heidegger, dice Steiner, «el Dichter ... ‘ habla el Ser’». Es ‘el pastor del Ser’; en la custodia del Dichter el hombre se acerca más a lo que es (a lo que podría ser si es que va a ser hombre)» (p. 122-123). Su función es a la vez ética y salvífica. Destaco a mis fines que Heidegger fué central en el pensamiento francés de la posguerra -la época de las «tres H», Hegel, Husserl y Heidegger- y que en esas corrientes del pensar la función poética asume valor vático: el Dichter relata eventos futuros desde el lugar de los dioses, lo cual en el contexto del posmodernismo, y como examiné en otro lugar (2001), toma la forma de la paradoja de la enunciación. 

En el arte romántico la obra de Richard Wagner ilustra la expansión de las expectativas de un renacer emancipatorio desde el drama musical wagneriano hacia la sociedad global, aunando su «obra de arte total», nos dice el historiador de Oxford J. W. Burrow, el papel de la tragedia en la Grecia antigua con la tradición del Volk de las mitologías teutónicas. Que aquí el Mythos asume la magna función de la re-creación avalaría a Collingwood (1946) en la afirmación de que el mito asume siempre la forma de una teogonía. 

Sólo el mito libera en las tradiciones del Volk y de la Dichtung, del pueblo y su enunciación, que compartían Wagner y Nietzsche. El romanticismo le significó a Wagner, dice Burrow, a la vez «la aprehensión inmediata, poética, de lo verdadero en formas inaccesibles al pensamiento analítico, y ... la creación colectiva de un pueblo, de un Volk» (2000, p. 210) en vías a la redención espiritual mediante la revitalización del mito en el arte. Por su parte Enrique Racker, en medulosa consideración de su obra y personalidad cita a Thomas Mann: «Wagner reconoce que su arte y su dolencia son una sola y misma enfermedad» (1948, p. 32-33), subrayando que llamaba delirio conciente a su arte. Por motivos de espacio no detallaré las idas y vueltas del tema, que Racker desglosa del periplo de sus sucesivos dramas musicales: diré sólo que en lo concerniente a la dimensión teológico-demiúrgica en la producción wagneriana y más en general en el romanticismo, Racker (p. 78n) señala que casi todos los héroes wagnerianos son a la vez deicidas y crucificados, y agrega que hacia el final, cayendo en la enfermedad mental, también Nietzsche se identificaba con el Crucificado. 

El exaltado sentido wagneriano de cumplir una misión sublime se acicatea en el caso de Nietzsche por su convicción de las afinidades profundas entre el filósofo y los fundadores de religiones (1872b p. 19). Habiéndome referido ya con cierto detalle en mi trabajo «El renacer de los ídolos. El inconciente freudiano y en el inconciente nietzscheano» (2001) a estos temas nietzscheanos centrales me limitaré a resumirlos. Para Nietzsche la pérdida del mito es a la vez la pérdida del hogar primordial, el mítico seno materno, la pérdida de la extática ilusión artística, y la pérdida de la auto-aniquilación orgiástica del impulso dionisíaco en el seno de la Unidad Primordial, y es por ende la ruina de la tragedia y el ocaso del héroe épico -Prometeo, Edipo, Orestes- que bajo diferentes máscaras es siempre el Dionisos de los misterios sufriendo los desgarros de la individuación. El artista asume el rol del artista supremo, Prometeo, pues, sostiene, en la concepción aria lo sublime sólo se logra a través de un crimen2 : la transgresión es la suprema virtud prometeica, en los esfuerzos del individuo de devenir el único ser humano. Esto se contrapone a la moral semítica y cristiana, la moral de los esclavos, que deberá ceder ante una nueva aurora en la renacida primacía de Dionisos. 

Esta reiteración del tema del nacimiento y del renacer en Nietzsche captó la atención de oídos psicoanalíticos: así, Helene Deutsch señala el rol crucial del éxtasis y la rabia en dicha ruta hacia la inmortalidad, enfatizando el objetivo último, “un estado permanente de unificación beatífica con su madre” (1969, p. 33). 

2. El psicoanalista inglés Ron Britton (2001) recuerda a la analista Sabina Spielrein quien describió el impulso destructivo en su trabajo “La destrucción como causa del devenir del ser” (1912). Spielrein, apoyando en Nietzsche, afirmaba que la voluntad de amar implica la voluntad de morir. En las sagas nórdicas, y en las óperas wagnerianas basadas en ellas, las mujeres sólo accedían al Valhalla como siervas de Odín, ofreciendo carne -y su cuerpo- a los guerreros: de no ser así, sólo lo hacían tras la muerte sacrificial, y al quemarse en la pira del guerrero accedían en la otra vida al matrimonio vedado en ésta. Vida y muerte se revertían, afirma Britton, pues la idea de la muerte se vinculaba a una unión eterna más que a una pérdida, en tanto que la vida se vivía como una persistencia de la separación.

Del cartesianismo al teoreticismo académico Las vicisitudes del pasaje por vía del romanticismo hacia la [...]

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SABINA SPIELREIN, LA GRAN MUJER PSICOANALISTA DE LA EPOCA

 SABINA SPIELREIN, LA GRAN MUJER PSICOANALISTA DE LA EPOCA

Sabina Spielrein fue la primera analista mujer en ingresar al círculo de honor freudiano; lo hizo de la mano de su terapeuta, C. G. Jung y a despecho de algunos que, víctimas de un machismo exacerbado de la época, manifestaban una especie de ginecofobia intelectual. Así le sucedió, por ejemplo al posteriormente malogrado Víctor Tausk, que planteó las reticencias del caso, aludiendo que, la mayoría de las médicas, según el había podido comprobar eran lesbianas (…) Cabe acotar que mas adelante, el propio Tausk, según relata Roazen en su libro “Hermano animal”, se suicida, disparándose un balazo en la sien y, simultáneamente ahorcándose con una soga al caer de una silla.

¿Cuáles fueron entonces los aportes que Sabina Spielrein realizó al psicoanálisis?

Afortunadamente, se está realizando una impresión de la totalidad de su fragmentada obra y, seguramente, esto arrojará mayor luz, sobre su ponderación como psicoanalista, sin embargo, por lo que pude apreciar hasta ahora, no cabe duda de que su teoria acerca de la destructividad y la sexualidad a nivel genital, antecedieron las posteriores teorizaciones al respecto del propio S. Freud, quien la menciona en su trabajo Mas allá del principio del placer (1920). La pulsión fanática o de muerte, es preanunciada por Sabina. La idea principal es que la destructividad en sus diversas formas constituye una parte intrínseca del proceso creativo. Sabina Spielrein desarrolló este concepto en 1912, en un artículo fundamental titulado: "La destrucción como causa del devenir del ser". Su escrito aparecía ocho años antes de que Freud formulara, como mencioné, el concepto de pulsión de muerte (Thanatos), partiendo de ejemplos tomados a su vez de la biología y la mitología. El artículo de Spielrein ubica la destructividad en el centro, no sólo de la psicopatología, sino del desarrollo de la personalidad. Según Spielrein, la destructividad no se alimenta del odio al buen objeto y del deseo de atacarlo y de destruirlo, tal como lo describió M. Klein (1935), sino más bien del deseo de destruir algo que no satisface, a fin de dar vida a algo que sí satisface (Kerr, 1993). La destructividad, de acuerdo a Spielrein, está muy cerca de la crueldad de la cual ha hablado Winnicott (1969), una destructividad necesaria que permite el surgimiento de algo nuevo, esto se asemeja en mucho a dos arquetipos post junguianos ideados por Carrol Pearson (el Constructor y el Destructor) en El héroe interior y despertando los heroes interiores.

La violencia aludida por Spielrein está motivada por el amor al objeto, por el deseo de que tenga una vida mejor, una vida verdadera e independiente. Por lo tanto, si bien el centro de este escrito es la destructividad, no debemos olvidarnos del amor que aparece como sustrato; es amor lo que se expresa a través de aquello que llamamos belleza Podríamos recordar nuevamente el importante artículo de Sabina Spielrein "La destrucción como causa generativa del ser" (1912) donde paradójicamente, la destructividad es considerada como una parte intrínseca de toda creación. Sería fundamental aquí marcar la diferencia entre aquella destructividad cuyo objetivo es dañar y aniquilar y esa destructividad cuyo objetivo es crear la posibilidad de una nueva vida. El primer tipo de destructividad, está más relacionado a ataques de envidia. En cuanto al segundo tipo de destructividad, quizá el término que mejor exprese la noción de Spielrein de destructividad, sea "crueldad". Esta crueldad tiene lugar en el centro del proceso creativo; en él la destrucción se lleva a cabo al servicio del desarrollo. Esta sería la destructividad aludida por Speilrein, ella señala el hecho de que muchas formas inferiores de vida, por ejemplo la mosca de mayo, pierden su vida para dar paso a una vida nueva. Spielrein intenta proyectar sus propios objetos restaurados, tanto como su capacidad de soportar el dolor depresivo.

Jean Piaget

De acuerdo a Santiago-Delefoss y Delefoss (2002), "Spielrein fue una de los primeros psicoanalistas que mostraban interés en lenguaje infantil. Ella fue psicoanalista de Piaget en 1920. En 1923, ella presentó una ponencia en el Congreso de psicoanálisis en Berlín, donde también asistió Piaget "(p. 723). Fue durante este tiempo que Piaget investigó también el lenguaje del niño relacionado con el pensamiento (Piaget, 1923). Es interesante observar que Spielrein regresó a Rusia en 1923, alrededor de la época que la investigación y los escritos de Piaget se trasladaron del lenguaje al desarrollo moral. Hay pocas dudas de que Spielrein ayudó a formar el punto de vista de Piaget sobre el lenguaje del niño y el pensamiento (Santiago-Delefoss & Delefoss, 2002).

Lev Vygotski

En 1923, después de su regreso a Rusia, Spielrein se unió a la sociedad psicoanalítica rusa, "que había sido creada recientemente por Luria y de la que Vygotsky también fue un miembro" (Santiago-Delfoss & Delefoss, 2002, p. 723). Vygotski y Luria fueron influenciados por la investigación de Spielrein sobre el lenguaje del niño, y muchos de sus escritos en relación con el lenguaje infantil coinciden con el regreso de Spielrein a Rusia. Parece ser que ambos, Piaget y Vygotsky, fueron influenciados por su trabajo pionero, cada uno de ellos en formas únicas. Su trabajo, por tanto, puede ser el "eslabón perdido" entre Piaget y Vygotsky, contribuyendo así a una mejor comprensión de esas cuestiones epistemológicas participantes en los debates de los autores sobre el lenguaje infantil, el pensamiento y la socialización. Ninguno de los dos autores reconoció su deuda a Spielrein. (p.723)

A pesar de que muchos educadores y psicólogos están íntimamente familiarizados con las obras de Jung, Freud, Piaget, y Vygotsky, este no es el caso en lo que concierne a las contribuciones de Sabina Speilrein. Con escasa duda, con base en la evidencia presentada, Spielrein tuvo influencia en los trabajos profesionales de Jung y Freud, particularmente con sus conclusiones relacionadas con la histeria. Más aún, en otra área de investigación, las teorías de Spielrein acerca del lenguaje y pensamiento fueron previas a los Piaget y Vygotsky. Y nuevamente…ninguno le dio crédito a su influencia.

Aún quedaba para ella lo peor; una sucesión de fusilamientos familiares, la persecución y la muerte. Entre el 11 y el 14 de agosto de 1942, Sabina y sus dos hijas fueron perseguidas, delatadas por unos vecinos y capturadas. Allí, junto a otros ciudadanos judíos, fueron asesinadas por el comando 10º de las SS en el interior de una sinagoga. El maltrato paterno, las correspondencias cruzadas que involucraron a colegas y familiares (la madre de Sabina conocía los pormenores de la relación clandestina de su hija) y el holocausto, delimitaron el marco por el que apenas pudo moverse Sabina Spielrein. Sin embargo, nunca dejó de escribir y nunca se quedó quieta.

Cada uno de los trabajos que publicó son textos colonizadores; en "La hembra débil" (1920) analiza el gusto de las niñas por ser niños, mientras que los varones persisten en su prioridad masculina. En "El origen de las palabras ‘papá’ y ‘mamá’. Algunas consideraciones sobre diferentes estadios del desarrollo lingüístico" (1922) señalaba, en contra de la idea de Freud de defender el autismo primario del lactante, una "necesidad primaria de contacto y comunicación con el niño".

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