El esforzarnos por alcanzar la perfección
¿Cómo podemos esforzarnos por cumplir el mandamiento: “Sed, pues, vosotros perfectos”?
Introducción
El presidente Harold B. Lee enseñó la importancia del seguir el ejemplo del Salvador al esforzarnos por alcanzar la perfección:
“Estoy convencido de que el Maestro no pensaba en una perfección relativa cuando dijo: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto’ [Mateo 5:48]… ¿Suponen que el Salvador propuso una meta que no es posible alcanzar y que de ese modo nos engañaría en nuestros esfuerzos por intentar alcanzar la perfección? Si bien es imposible que lleguemos aquí, en la vida terrenal, al estado de perfección de que habló el Maestro, en esta vida establecemos el fundamento sobre el cual edificaremos en la eternidad; por consiguiente, debemos asegurarnos de establecer nuestro fundamento sobre la verdad, la rectitud y la fe. Para alcanzar esa meta, debemos guardar los mandamientos de Dios y ser fieles hasta el fin de nuestras vidas aquí, y, posteriormente, más allá de la tumba, seguir [progresando] en rectitud y en conocimiento hasta llegar a ser como nuestro Padre Celestial…
“…[El apóstol Pablo] señaló el camino por el cual se llega a la perfección. Refiriéndose a Jesús, dijo: ‘Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen’ (Hebreos 5:8–9)…
“…No dejemos, entonces, pasar un solo día sin aprender del gran libro de lecciones que es la vida [de Cristo], su camino hacia la vida perfecta, y andemos por él hacia nuestra meta eterna”1.
Enseñanzas de Harold B. Lee
¿Por qué el comprender lo que nos falta nos ayuda a llegar a ser perfectos?
[Hay] tres factores esenciales que son necesarios para inspirar a la persona a llevar una vida parecida a la de Cristo o, hablando con mayor exactitud en el lenguaje de las Escrituras, a vivir de un modo más perfecto, como vivió el Maestro. El primer factor esencial que deseo nombrar es: La persona debe cobrar mayor conciencia de lo que le haga falta para perfeccionarse.
Al joven rico no le hacía falta arrepentirse del asesinato ni de pensamientos homicidas. No había que impartirle conocimientos sobre cómo arrepentirse de cometer adulterio, ni de robar, ni de mentir, ni de estafar ni de no honrar a su madre. Él dijo que todo eso lo había guardado desde su juventud; pero la pregunta que hizo fue: “¿Qué más me falta?” [véase Mateo 19:16–22].
El Maestro, con Su discernimiento cabal y Su poder de Gran Maestro, diagnosticó a la perfección el caso del joven: Lo que le hacía falta era superar su amor por las cosas del mundo, su inclinación a confiar en las riquezas. Entonces Jesús le prescribió el remedio eficaz al decirle: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19:21).
Cuando ocurrió la espectacular conversión del apóstol Pablo y éste quedó físicamente ciego por el resplandor de la luz que le rodeó cuando iba camino a Damasco… “oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” [Hechos 9:4]. Y desde lo más profundo de la humillada alma de Saulo provino la pregunta que siempre hace el que se da cuenta de que algo le hace falta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” [Hechos 9:6]…
Enós, nieto de Lehi, cuenta de la lucha que tuvo ante Dios, antes de recibir la remisión de sus pecados. No se nos dice cuáles fueron sus pecados, pero evidentemente los confesó con toda franqueza. En seguida, él dice: “Y mi alma tuvo hambre…” [Enós 1:4]. Como ven, el haber llegado a darse cuenta de su gran necesidad, tras su profundo examen de conciencia, le hizo enfrentarse con la realidad de que le faltaba algo.
Esa virtud de percibir que a uno le hace falta algo la expresó el Maestro en el gran Sermón del monte cuando dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Ser pobre en espíritu, naturalmente, significa estar espiritualmente necesitado, sentirse espiritualmente tan empobrecido que se busca ayuda en ese aspecto con gran anhelo…
Todo el que desee alcanzar la perfección debe preguntarse en alguna ocasión: “¿Qué más me falta?”, si desea comenzar a subir por la carretera que lleva a la perfección…
¿Por qué el nacer de nuevo nos sirve para llegar a ser perfectos?
El segundo factor esencial para alcanzar la perfección que deseo nombrar se encuentra indicado en la conversación que tuvo el Maestro con Nicodemo. Cuando Nicodemo fue a Él, el Maestro percibió que éste deseaba que le respondiese a la pregunta que muchos otros le habían hecho: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Y el Maestro le respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo entonces le dijo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?…” Jesús le respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3–5).
La persona debe “nacer de nuevo” si desea alcanzar la perfección, a fin de ver el reino de Dios, o sea, entrar en él. ¿Y cómo se nace de nuevo? Esa misma pregunta la hizo Enós. Recordarán la sencilla respuesta que recibió: “Por tu fe en Cristo, a quien nunca jamás has oído ni visto. Y pasarán muchos años antes que él se manifieste en la carne; por tanto, ve, tu fe te ha salvado” [Enós 1:8].
Un día en que el hermano Marion G. Romney y yo nos encontrábamos en la oficina, fue a vernos un joven que se estaba preparando para ir a la misión; le habían entrevistado de la manera habitual y él había confesado ciertas transgresiones de su juventud. Nos dijo: “Sin embargo, el haber confesado no me satisface. ¿Cómo puedo saber si he sido perdonado?”. En otras palabras: “¿Cómo puedo saber si he nacido de nuevo?”. Consideraba que no podía ir a la misión en el estado en que se hallaba.
Mientras conversábamos, el hermano Romney le dijo: “Hijo, ¿recuerda lo que dijo el rey Benjamín?”. Éste se encontraba predicando a algunos que se habían compungido de corazón porque ‘se habían visto a sí mismos en su propio estado carnal, aún menos que el polvo de la tierra. Y todos a una voz clamaron, diciendo: ¡Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados, y sean purificados nuestros corazones; porque creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios, que creó el cielo y la tierra y todas las cosas; el cual bajará entre los hijos de los hombres! Y aconteció que después de que hubieron hablado estas palabras, el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo paz de conciencia a causa de la gran fe que tenían en Jesucristo…’ ” (Mosíah 4:2–3).
El hermano Romney le dijo: “Hijo mío, espere y ore hasta que tenga paz de conciencia a causa de su gran fe en la expiación de Jesucristo y entonces sepa que sus pecados le han sido perdonados”. De no ser por ese hecho, como le explicó el élder Romney, cualquiera de nosotros está empobrecido y anda deambulando sin rumbo fijo en la niebla hasta que nazca de nuevo…
No se puede llevar una vida parecida a la de Cristo… si no se nace de nuevo… Nadie podría ser nunca feliz en presencia del Santo de Israel sin quedar de ese modo libre de pecado y ser purificado…
¿Por qué el vivir los mandamientos de un modo más completo nos ayuda a ser perfectos?
Y, por último, el tercer factor esencial: Ayudar a la persona que esté en vías de aprendizaje a conocer el Evangelio por medio del vivir el Evangelio. La certeza espiritual que es necesaria para la salvación debe ser precedida por un máximo de esfuerzo personal. El esmero de la persona debe anteceder a la gracia, o sea, al don gratuito del poder expiatorio del Señor. Vuelvo a repetir lo que dijo Nefi: “…por la gracia… nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” [2 Nefi 25:23]…
…Ahora bien, [ése] es uno de los factores fundamentales que es preciso cumplir si se desea llevar una vida perfecta. Uno debe “tomar la resolución” de vivir los mandamientos.
El Maestro respondió a la pregunta que le hicieron los judíos en cuanto a cómo podrían saber con certeza si Su misión era de Dios o si Él era tan sólo un hombre. Él dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).
El testimonio de la verdad nunca llega al que tiene un tabernáculo impuro. El Espíritu del Señor y la impureza no pueden morar al mismo tiempo en una persona determinada. “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis” (D. y C. 82:10); “…a menos que cumpláis mi ley, no podréis alcanzar esta gloria” (D. y C. 132:21). Esa verdad se repite reiteradamente en las Escrituras.
En cierto sentido, todos los principios y todas las ordenanzas del Evangelio no son sino invitaciones a aprender el Evangelio por medio de la práctica de sus enseñanzas. Nadie conoce el principio del diezmo sino hasta que paga el diezmo. Nadie conoce el principio de la Palabra de Sabiduría sino hasta que guarda la Palabra de Sabiduría. Los niños, y en realidad también las personas mayores, no se convierten al diezmo, a la Palabra de Sabiduría, al santificar el día de reposo ni a la oración tan sólo por oír a alguien hablar sobre esos principios. Aprendemos el Evangelio al vivirlo…
Para resumir, quisiera decir: En realidad nunca sabemos nada de las enseñanzas del Evangelio sino hasta que hemos experimentado las bendiciones que se reciben al vivir cada uno de los principios. Alguien ha dicho: “Las enseñanzas morales de por sí ejercen tan sólo un efecto superficial sobre el espíritu si no son corroboradas por los actos”. El más importante de todos los mandamientos del Evangelio para ustedes y para mí es ese mandamiento en particular que en este momento requiera de cada uno de nosotros el más profundo examen de conciencia para obedecerlo. Cada uno debe analizar lo que le haga falta y comenzar hoy día a vencer [la o las debilidades que tenga], puesto que sólo si vencemos [nuestras flaquezas], se nos concede un lugar en el reino de nuestro Padre2.
¿Por qué son las Bienaventuranzas “la constitución de una vida perfecta”?
Si desean ustedes conocer los “pasos” que hay que dar para modelar su vida a fin de alcanzar la plenitud que les haga ciudadanos dignos o “santos” en el reino de Dios, la mejor respuesta la pueden encontrar al estudiar la vida de Jesús en las Escrituras… Cristo vino al mundo no sólo para expiar los pecados del género humano sino para dar el ejemplo al mundo de la norma de perfección de la ley de Dios y de la obediencia al Padre. En Su Sermón del monte, el Maestro nos revela en cierto modo Su propio carácter, que fue perfecto… y, al hacerlo, nos da un plan detallado de acción para seguir en nuestras propias vidas…
En el incomparable Sermón del monte, Jesús nos indica ocho maneras definidas e inconfundibles de recibir… regocijo. Cada una de Sus declaraciones comienza con la palabra “Bienaventurados…” Estas declaraciones del Maestro se conocen en la literatura del mundo cristiano como las Bienaventuranzas… En realidad, representan la constitución de una vida perfecta.
Reflexionemos en ellas unos momentos. Cuatro de ellas tienen que ver con nuestro yo individual, el vivir de nuestra propia vida interior, si deseamos ser perfectos y hallar la beatitud de esa felicidad interior.
Bienaventurados los pobres en espíritu.
Bienaventurados los que lloran.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.
Bienaventurados los de limpio corazón. [Véase Mateo 5:3–4, 6, 8.]
Ser pobre en espíritu
Ser pobre en espíritu es sentirse espiritualmente necesitado, siempre dependiente del Señor para recibir la ropa, los alimentos y el aire que se respira, así como la salud, la vida; equivale a darse cuenta de que no debe pasar ni un solo día sin ofrecer fervientes oraciones de acción de gracias, de petición de orientación, de perdón y de fortaleza suficientes para cada día. Si un joven comprende su necesidad espiritual, cuando se encuentre en lugares peligrosos en los que su misma vida corra peligro, podrá acercarse a la fuente de la verdad y ser inspirado por el Espíritu del Señor en sus momentos de mayor tribulación. Es verdaderamente triste que una persona, por motivo de sus riquezas, de sus conocimientos o de su posición social o económica en el mundo, se considere independiente de esa necesidad espiritual. [Ser pobre en espíritu] es lo contrario de ser orgulloso o engreído… Si en su humildad llegan a darse cuenta de su necesidad espiritual, se preparan para ser adoptados en “la Iglesia del Primogénito, y llegan a ser los elegidos de Dios” [véase D. y C. 76:54; 84:34].
Llorar
Para llorar, como la lección del Maestro enseña allí, uno debe evidenciar aquella “tristeza que es según Dios [que] produce arrepentimiento” y que se granjea para el penitente el perdón de los pecados a la vez que le impide reincidir en los actos que le han llevado a llorar. [Véase 2 Corintios 7:10.] Es, como lo hizo el apóstol Pablo, “que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3–4). Ustedes deben estar dispuestos “a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”. Deben estar dispuestos a llorar con los que lloran y a consolar a los que necesitan de consuelo (Mosíah 18:8–9). Cuando una madre llore en su soledad por el regreso de una hija desobediente, ustedes, con compasión, deben impedir que se arroje la primera piedra… El llorar ustedes con los ancianos, con las viudas y con los huérfanos debe conducirlos a brindarles el socorro que necesiten. En una palabra, deben ser como el publicano y no como el fariseo. “Dios, sé propicio a mí, pecador” [véase Lucas 18:10–13]. Su recompensa por hacer eso es la bienaventuranza del consuelo para su propia alma traducido en el perdón de sus propios pecados.
Tener hambre y sed
¿Han tenido alguna vez verdaderamente hambre o sed hasta el punto de que tan sólo un mendrugo de pan o un sorbo de agua tibia para calmar los retortijones de la angustia les hubiese parecido el más preciado de todos los bienes? Si han padecido hambre hasta ese punto, entonces podrán comenzar a comprender lo que quiso decir el Maestro cuando indicó que debemos tener hambre y sed de justicia. Son ese hambre y esa sed lo que saca de casa a los que buscan la hermandad de los santos en los servicios sacramentales, y lo que nos lleva a adorar a Dios en el Día del Señor estemos donde estemos. Son lo que nos induce a orar con fervor y lo que guía nuestros pies hasta los santos templos y nos hace ser reverentes en ellos. Los que santifiquen el día de reposo serán llenos de un regocijo perdurable mucho más apetecible que los placeres pasajeros que brinden las actividades en que se permitan participar los que actúen en contra del mandamiento de Dios. Si piden “con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él [les] manifestará la verdad… por el poder del Espíritu Santo” y por el poder del Espíritu Santo “podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:4–5)…
Ser de limpio corazón
Si desean ver a Dios, deben ser puros… Algunos de los que trataban con Jesús le veían sólo como el hijo de José el carpintero. Otros decían que era bebedor de vino o borracho por motivo de Sus palabras. Todavía otros pensaban que estaba poseído de demonios. Sólo los justos le veían como el Hijo de Dios. Únicamente si son ustedes limpios o puros de corazón verán a Dios, y, asimismo, en menor grado, podrán ver al “Dios” o lo bueno en el hombre y amarle por la virtud que vean en él. Distingan bien a la persona que critique y difame al hombre de Dios o a los líderes ungidos del Señor en Su Iglesia. Esa persona habla con un corazón impuro.
Para entrar en el Reino de los Cielos no debemos ser tan sólo buenos, sino que se nos requiere hacer el bien y ser buenos para algo. Por tanto, si desean avanzar diariamente hacia la meta de la perfección y la plenitud de vida, deben ejercitarse en los restantes cuatro “artículos” de la Constitución de una vida perfecta del Maestro. Estas bienaventuranzas tienen que ver con la relación del hombre con las demás personas en el medio social:
Bienaventurados los mansos.
Bienaventurados los misericordiosos.
Bienaventurados los pacificadores.
Bienaventurados los que padecen persecución. [Véase Mateo 5:5, 7, 9–10.]
Ser manso
El hombre manso no se irrita fácilmente y es paciente cuando se le agravia o se le ocasionan molestias. La mansedumbre no es sinónimo de debilidad. El hombre manso es fuerte, poderoso y tiene un completo autodominio. Es el que tiene la valentía que emana de sus convicciones morales, a pesar de la presión del grupo o del club. En medio de las controversias, su opinión llega a ser la decisión final y su sensato consejo acaba con la irreflexión de la turba. Es de mentalidad humilde; no actúa como un bravucón. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte” (Proverbios 16:32). Es líder por naturaleza y es el escogido en el ejército y en la marina, en el mundo de los negocios y en la Iglesia para dirigir donde otros le sigan. Es la “sal” de la tierra y la heredará.
Ser misericordioso
Nuestra salvación descansa sobre la misericordia que manifestemos hacia los demás. Las palabras hirientes y rudas, lo mismo que los actos despiadados de crueldad para con las personas o para con las bestias, aun cuando se expresen en supuesta represalia, descalifican al autor de ellos para pedir misericordia para sí mismo cuando tenga necesidad de ella en el día del juicio, ya sea ante tribunales terrenales o celestiales. ¿Hay alguien que nunca haya sido herido por la difamación de alguna persona que consideraba su amigo o amiga? ¿Recuerdan cuánto les costó abstenerse de darle su merecido? ¡Bienaventurados todos ustedes los misericordiosos porque alcanzarán misericordia!
Ser pacificador
Los pacificadores serán llamados hijos de Dios. El alborotador, el infractor de la ley y del orden, el líder de la banda, el transgresor de la ley, todos ellos son impulsados por motivos del mal y si no desisten de ellos serán conocidos como hijos de Satanás y no de Dios. Apártense del que desea sembrar dudas inquietantes al tratar con liviandad las cosas sagradas porque esa persona no busca la paz sino esparcir confusión. El que es pendenciero y contencioso, cuyas razones tienen otros fines que no son resolver la verdad, desobedece el principio fundamental que estableció el Maestro como un factor indispensable para formar una vida abundante y plena. “Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” cantó el ángel que anunció el nacimiento del Príncipe de Paz. [Véase Lucas 2:14.]…
Padecer persecución por causa de la justicia
Ser perseguido por causa de la justicia en una gran empresa cuando la verdad, la virtud y el honor estén en peligro de ser destruidos es divino. Siempre ha habido mártires de toda gran causa. El gran perjuicio que puede derivar de la persecución no es la persecución misma sino el efecto que puede producir en los que son perseguidos en el sentido de enfriar su fervor por la rectitud de su causa. Gran parte de cualquier persecución proviene de la falta de entendimiento, puesto que los hombres son propensos a oponerse a lo que no comprenden. Otra parte proviene de las malas intenciones de los hombres. Sea cual sea el motivo, la persecución parece ser tan universal en contra de los que se dedican a una causa justa que el Maestro nos ha advertido: “¡…Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:26).
…Recuerden esa advertencia cuando los injurien y se mofen de ustedes por motivo de que se nieguen a transigir en sus normas de abstinencia, de honradez y de moralidad a cambio de granjearse los elogios de la multitud. Si ustedes defienden con firmeza lo que es recto a pesar de las burlas de la gente o incluso de la violencia física, serán coronados con la beatitud del regocijo eterno. ¿Quién sabe si de nuevo en nuestra época sea necesario que algunos de los santos o aun algunos de los apóstoles, como en los días antiguos, den la vida en defensa de la verdad? De llegar ese momento, ¡Dios conceda que no fallen!
Paulatinamente, a medida que meditemos con oración en todas estas enseñanzas, llegaremos a hacer lo que para algunos quizá sea el asombroso descubrimiento de que después de todo, la medida de Dios de nuestra valía en Su reino no tendrá nada que ver con los elevados cargos que hayamos ocupado aquí entre los hombres ni en Su Iglesia, ni con los honores que hayamos alcanzado, sino con la vida que hayamos llevado y el bien que hayamos hecho de conformidad con la “Constitución de la Vida Perfecta” evidenciada en la vida del Hijo de Dios.
Suplico que hagan de las Bienaventuranzas la Constitución de sus propias vidas y que de ese modo reciban las beatitudes que en ellas se prometen3.
Sugerencias para el estudio y el análisis
¿Cómo podemos aprender todos los días del “gran libro de lecciones” que es la vida de Cristo?
¿Por qué al esforzarnos por llevar una vida parecida a la de Cristo es importante que nos preguntemos con frecuencia qué nos falta?
¿Qué experiencias que haya tenido le han servido para comprender que aprendemos las enseñanzas del Evangelio cuando las vivimos?
¿En qué forma influye en nuestras actitudes y en nuestro comportamiento el darnos cuenta de que dependemos del Señor en lo que toca a todas las bendiciones que recibimos?
¿Cuáles son algunos de los significados de la declaración “Bienaventurados los que lloran”?
¿Por qué el amor por las cosas del mundo puede disminuir nuestro hambre y nuestra sed de las cosas espirituales?
¿Por qué el ser de limpio corazón nos sirve para ver lo bueno en las demás personas?
¿Por qué la mansedumbre nos hace ser fuertes?
¿De qué maneras podemos manifestar misericordia a los demás en nuestro cotidiano vivir?
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