Prefacio
Mi compromiso con el construccionismo social experimentó un gran vuelco tras la edición
de mi libro Toward Transformation in Social Knowledge. Durante mucho tiempo había estado
compartiendo un análisis crítico de la psicología empírica, pero en este volumen observé cómo
los elementos de una alternativa construccionista social iban tomando lentamente forma. A
medida que estas ideas empezaron a impregnar las posteriores lecciones y conversaciones, acabé
encontrándome inmerso en lo que cabría caracterizar como una epifanía relaciona!. Al prolongar
los diálogos construccionistas, empecé a reparar, con una frecuencia estimulante, en originales
giros de la teoría y en formas creativas de practica. Y esta exploración perspicaz reverberaba a
través de las disciplinas, las profesiones y los continentes. Los escritos que se presentan a
continuación en gran medida surgieron de esta inmersión y son un reflejo de algunos de sus
principales derroteros. En un sentido, se trata de artefactos congelados, pero mi ferviente
esperanza es que puedan inyectar el espíritu de las conversaciones pasadas en el futuro.
Situemos ahora estos desarrollos en un contexto histórico más amplio. En su Discours de la
Méthode, Rene Descartes se hizo eco de sensaciones que resonaban desde hacía siglos. En primer
lugar, estaba la incerteza angustiosa. Si adoptamos una posición de duda sistemática, ¿existe
algún modo de establecer un fundamento? ¿Existen fundamentos sobre los que poder apoyar un
conocimiento firme y seguro? El peso de la autoridad afirma el conocimiento, sostenía Descartes,
pero las autoridades están sujetas al error, y tampoco existe una razón convincente que nos
permita confiar en las vaguedades de nuestros sentidos, ya que a menudo nos embaucan. Las
ideas que ingresan en nuestras mentes procedentes de fuentes diversas también pueden hacernos
errar. Así pues, ¿en qué podemos basar nuestra certeza? Una vez planteada la dolorosa pregunta.
Descartes pasó entonces a ofrecer la preciosa expresión de tranquilidad: no puedo dudar que soy
quien duda. Aunque mi razón puede llevarme a dudar de todo cuanto examino, no puedo dudar
de la razón misma. Y si puedo hacer descansar mi fe en la existencia de la razón, también puedo
estar seguro de mi propia existencia. Cogito, ergo sum.
El ensalzamiento de la mente individual —su capacidad para organizar los datos sensoriales,
de razonar lógicamente y especular de manera inteligente— ha servido durante siglos para aislar
la cultura occidental de los asaltos mutiladóres de la duda. Resulta alentador creer que los
individuos dotados con las facultades de la razón y atentos a los contornos del mundo objetivo
pueden trascender las ambigüedades de los avalares continuamente cambiantes y desplazarse
hacia una prosperidad autodeterminada. Y en gran medida a través de esta fe en la razón nos
vemos impelidos a buscar fundamentos racionales del conocimiento. Desde el positivismo del
siglo XIX hasta el realismo trascendental del siglo actual, los especialistas han apoyado la
tradición fundamentadora, asegurando que la razón individual sigue estando firmemente al
mando de la acción.
Examinemos, con todo, un vínculo singular en la convincente tesis de Descartes. Aunque
puede que vibremos con su declaración de la duda, ¿en qué fundamentos se basa para igualar el
proceso dubitativo con el proceso de la razón? ¡¿Sobre qué base concluye que el proceso
dubitativo es una actividad de la mente individual, apartada del mundo pero que reflexiona sobre
el mismo? ¿Por qué razón esta ecuación misma escapa al escepticismo cartesiano, pues, no es
mas evidente que la duda es un proceso que se lleva a cabo en el lenguaje? Escribir sobre las
falibilidades de las autoridades, de los sentidos, de las ideas que se reciben y otras muchas cosas
similares es tomar parte en una práctica discursiva. Que la práctica también demuestre ser una
emanación o expresión de algún otro dominio, digamos, del raciocinio, sigue siendo una
conjetura no decidida. Sin embargo, difícilmente podemos dudara del discurso sobre la duda.
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