Cecilia López
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En un diagnóstico psicoanalítico,
la psicosis es la posición subjetiva caracterizada por la “falta de la falta: no existen equívocos, fallos o vacíos.
Las alucinaciones, las realidades alternas
y otras manifestaciones necesarias para el diagnóstico psiquiátrico, no son determinantes para el psicoanálisis.
Para nosotros, la psicosis es más bien
una estructura y no una enfermedad; por ello los parámetros para definirla se relacionan con el lenguaje, los límites y la función de la ley en la psique.
La mente, la psique, la subjetividad, siempre han sido motivo particular de interés. Para la mayoría, se tratan de un elemento diferenciador con otros seres vivos, inclusive con otros humanos; son el punto para decir “este soy yo”. Al mismo tiempo, no obstante, parecieran ser una fuente inagotable de misterios, tormentos, dudas y conflictos. Entre las facetas más oscuras del enigma de la mente, se encuentra la temida e incomprensible “locura”, como se le llama coloquialmente.
¿Qué es la locura? ¿En dónde comienza? ¿Qué la caracteriza?
Es casi imposible responder comprehensivamente; podrían existir tantas respuestas como puntos de vista. En siglos pasados se le consideró como una posesión demoniaca; en épocas más recientes, neurólogos y psiquiatras lo clasifican como una enfermedad, como un desbalance bioquímico en el cerebro. Habrá quienes teman la locura y, de igual forma, en el arte habrá incluso quienes se sientan atraídos a ella, como si fuera una fuente de creación y genialidad inagotables.
Definir la locura es una tarea titánica en la que no pretendemos embarcarnos. Para propósitos de este artículo nos limitaremos a hablar de la llamada psicosis: una palabra con frecuencia asociada a la locura, o a una enfermedad mental de acuerdo con la psiquiatría y la psicología. En el psicoanálisis, la psicosis es una de las tres posiciones subjetivas, junto con la neurosis y la perversión.
La psicosis es un tema muy intrincado y complejo de la teoría psicoanalítica, que además sufre diversas modificaciones a lo largo de la obra de Freud y Lacan. No es nuestra intención ofrecer un estudio comprensivo de esta posición subjetiva, sino simplemente un texto que sirva como primera introducción al tema.
El Otro, el lenguaje y los límites
En nuestro artículo “Ley y límites en la psique: el lenguaje”, hablamos sobre cómo se incorpora el niño el mundo del lenguaje y cómo aprende a delimitarse.
Al aceptar las explicaciones que la madre hace de nosotros: por un lado construimos un significado en el caos interior y adquirimos un sentido de “yo mismo”. Por el otro, podemos relacionarnos con el mundo exterior, forjar una relación más allá de la relación con la madre.
Como mencionamos en el mismo artículo, cuando la madre no acepta los límites y la ley para ella misma, cuando no permite que se rompa el círculo cerrado con el hijo, cuando no hay nada más allá de la madre, es el momento en que se gesta la estructura psicótica. Una relación madre-hijo cerrada imposibilita que el niño pueda formar otras relaciones, seguir su propio camino, en suma, le imposibilita tener existencia propia.
Falta de/en la madre
El factor elemental de la formación de la estructura psíquica es la falta de límites, o la falta de una falta, como explicaremos. ¿A quién le faltan los límites?, ¿al niño? También; principalmente, es que le faltan límites a la madre.
Al inicio de la vida, la madre (cuidador primario) es el único punto de contacto con el mundo exterior. La madre cuida al niño, lo alimenta, lo asea, lo apapacha y, sobretodo, es capaz de interpretar y solucionar el caos interior del niño. La madre es la intérprete del niño para con el mundo y viceversa, como un guía de turistas cuando vamos a un país en el extranjero. Está al lado del niño y buscar solventar todos sus problemas y necesidades, sumergirlo en un estado de bienestar.
En esta situación, el niño se siente totalmente atrapado por la madre, tanto en el sentido de estar contenido por ella, como en el sentido de estar sujeto o enganchado a ella. No tiene que hacerse cargo de sí, ni buscar sus propias soluciones, ni ocuparse de sus necesidades, ni tampoco de forjar su propio camino: la madre resuelve todo, es una presencia total e incluso abrumante.
Aunque lo anterior es necesario al inicio de la vida, no puede mantenerse indefinidamente. A la madre le es imposible cuidar del niño todo el tiempo; tiene otras demandas y otras ocupaciones, no puede fungir únicamente como intérprete porque también necesita relacionarse con el mundo por ella misma. Hay algo (trabajo, esposo, amigos, estudios, pasatiempos…) más allá del hijo que le obliga a romper el binomio cerrado madre-hijo.
Mencionamos que el niño percibe a su madre como una presencia total, sin carencias, ni fallas, ni errores. Al momento en que la madre necesita dejar al niño por tener otras ocupaciones y demandas, es el momento en que sale a la luz el hecho de que a la madre le hace falta algo (dinero, pláticas, compañía, tiempo libre, comer, dormir). Ella no lo tiene todo. De tenerlo, no necesitaría alejarse para ir en búsqueda de algo más.
Cuando la madre se aleja, permite hacer una diferenciación entre el niño y la madre. Este es un momento crucial para la formación de la posición subjetiva: el niño sólo podrá tener “existencia” psíquica, si puede hacer una diferenciación entre la madre y él. ¿Cómo se logra? Con el juego ausencia-presencia de la madre, mismo del que hablamos en otro artículo del mes.
Además de tener que dejarlo, conforme el niño vaya creciendo, la madre lo enseñará a valerse por sí mismo, incluyendo exigirle aprender el idioma, encomendándolo a intercambiar balbuceos por palabras, llevarle a la escuela, aun en contra de sus protestas, y solicitarle solucionar tareas sencillas por el mismo.
La precepción del niño acerca de su madre cambia radicalmente: resulta no ser autosuficiente, ni la autoridad absoluta del mundo, ella también tiene límites, tiene una falta y está sujeto a ciertas leyes o reglas, algunas tan básicas, por ejemplo, como la necesidad alimentarse para estar sana. Si ella fuese total, si fuese autosuficiente, no necesitaría seguir reglas ajenas, ella fijaría sus reglas
La madre exige que el niño siga ciertas reglas y tenga ciertos límites, al igual que ella. Por ejemplo, el niño debe aprender el idioma de la madre, y debe regular algunas de sus conductas para ajustarse a parámetros biológicos (como alimentarse) y sociales (como adoptar los hábitos de higiene).
Sin límites
¿Qué sucede cuando la madre no tiene una falta y se presenta como autoridad total y absoluta? ¿Qué sucede cuando la madre no permite la separación, cuando no admite que otros elementos y factores (padre, familiares, trabajo, reglas, costumbres) se interpongan entre ella y el hijo? ¿Qué ocurre si ella no está sujeta a una ley y no exige al hijo seguir ciertas normas? Estos elementos llevan al desarrollo de una estructura psicótica.
La separación, la falta, la ley, los límites y el lenguaje, permiten que el niño tenga una existencia propia, más allá de la madre. Al saber hablar, por ejemplo, él solo puede pedir un vaso con agua a cualquier persona; no es necesario esperar a que la madre interprete su balbuceo “¿Qué necesita” “Te dice que tiene sed y te pide algo de tomar”. Podríamos considerar los límites y la “ley” como una “protección” contra el régimen totalizador y absolutista de la madre.
En la psicosis no se instauran estos elementos en la estructura psíquica, lo cual remite, de alguna manera, a quedarse perpetuamente atrapado en el mundo materno, a no tener existencia propia. Al no haber una diferencia tajante entre el niño y la madre, algo que divida a uno del otro, el niño permanece como una extensión de la madre, como su apéndice.
El mundo de los extremos
La psicosis puede gestarse por cualquiera de los dos extremos: o la madre es una presencia sofocante que está todo el tiempo con el hijo; o, por el contrario, lo ignora más de la cuenta, y no lo introduce al mundo simbólico, a la sociedad, por desinterés total en el hijo.
Una sobreprotección exagerada a tal grado que la madre no permite el contacto directo entre el niño y el mundo, o un abandono y descuido total respecto al niño, son los dos extremos que dan como resultado el desarrollar una estructura psicótica.
¿Y luego…?
Desde el diagnóstico psicoanalítico, la psicosis no es una enfermedad ni una manifestación súbita. Como hemos repetido en múltiples ocasiones, se trata de una estructura y, por lo mismo, está ahí desde el inicio hasta el final. En otros artículos asemejamos la estructura con el esqueleto: así como el esqueleto está ahí desde el desarrollo intrauterino, así la estructura está ahí desde que se fragua la psique (alrededor de los 6 años).
La estructura psicosis tiene una mayor tendencia a desestabilizarse en algún momento. Cuando por algún motivo se desequilibra, ocurren los llamados episodios psicóticos donde pueden surgir síntomas como alucinaciones, delirios de persecución o ruptura con la realidad. Qué provocará el desequilibrio o qué síntomas tendrá dependerá de cada caso en particular; recordemos únicamente que una alucinación no es necesariamente exclusiva de la psicosis.
Mientras no haya un desequilibrio, los psicóticos no exhiben ninguno de los elementos típicamente relacionados con un quiebre psicótico. Ello no implica que no tengan una estructura psicótica: las estructuras no mutan a lo largo de la vida, son fijas.
En la psicosis, un elemento que usualmente introduce conflicto son las faltas o dudas. Recordemos que en la psicosis no hay falta: no la hubo en la madre, no la hay en el niño. Podríamos decir que es una estructura ridículamente rígida y cuadrada donde sólo existen certezas, nunca dudas.
En la neurosis, principalmente, existe la tendencia a preguntarse por el pasado y por el futuro, a cuestionar los motivos y las razones para tomar tal o cual decisión, e incluso a estar en eterno conflicto entre lo que deberíamos hacer y lo que se quiere hacer. En un psicoanálisis, los cuestionamientos neuróticos entran en movimiento, van modificándose, surgen nuevas preguntas y anhelos.
En la psicosis, no hay movimiento ni tránsito. Aquí es donde entra la cuestión exageradamente rígida y certera de la psicosis: no hay cambios ni desplazamiento en su sus pensamientos o intereses. Los psicóticos permanecen firmes no por una convicción en su posición, sino porque “así son las cosas”. Digamos que introducen los elementos sin apropiarse de ellos, los aceptan tal cuál son, sin censura.
Otra característica importante es que en la psicosis no hay inconsciente.
Ni existe la necesidad de censurar pensamientos, ni tampoco existe control de impulsos. Un psicótico nunca aprehende norma o límite alguno, por lo que no tiene necesidad de contenerse, ni de contener sus sensaciones o impulsos. Así como un niño pequeño llora y hace berrinche por tener hambre, sin capacidad de modular o aplazar su malestar, así algo similar sucede en la psicosis.
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sábado, 19 de octubre de 2013
Psicosis: estructura de extremos
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